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Apología del deseo

apologia del desigEl deseo es inherente al ser humano. Todos y todas deseamos. Es algo vital y si no lo hiciéramos estaríamos muertos en vida. Ya podemos huir de él, reprimirnos o entrenar nuestra mente para que no aparezca, por ejemplo, porque hagamos lo que hagamos, el deseo siempre está y estará presente. Nos guste o no, forma parte de nosotros. De manera que cuanto antes comencemos a no juzgarnos por tener deseos y a aceptar que tenerlos es necesario para vivir, mucho más felices seremos.

Por eso, si decidiéramos controlar nuestros deseos, reprimirlos, dominarlos o eliminarlos, entonces nos estaríamos autodestruyendo. Estaríamos eliminando algo extraordinariamente hermoso. Y es que el deseo es hermoso en sí mismo. Es una de la características humanas que más bella nos hace la vida.

¿Qué hay de malo en estremecernos ante una bella puesta de sol? ¿O en contemplar la belleza física y mental de una persona? ¿O en querer conocer a nuestro cantante preferido? ¿Acaso es malo deleitarnos y sentir placer?

Ahora bien, ¿por qué algunos deseos son nocivos para nuestro ser y nos generan malestar e, incluso, ansiedad? Porque no estamos centrados en el presente. Un deseo se vuelve pernicioso por dos razones principalmente: por convertirse en un recuerdo (pasado) que queremos volver a revivir, o por generarnos unas expectativas (futuro) para su satisfacción. Tanto la melancolía del recuerdo, como la insatisfacción de no consumar ya ese deseo, es lo que nos provoca malestar y ansiedad. Y es que no hay peor cosa que la insatisfacción que nos generamos por no consumar ese deseo.

Por ejemplo, le pedimos una cita a una persona que nos gusta mucho. Nos la concede, pasamos una buena e inolvidable velada juntos y luego cada uno para su casa. Intentamos repetir (en el futuro) la cita (del pasado) y esa persona nos dice que no puede o nos pone alguna excusa para decirnos que no. Entonces ese deseo no consumado comienza a generar ansiedad en nuestro ser. Preferimos no aceptarlo y aumentar así la insatisfacción.

Es decir, el deseo no es malo en sí mismo, ni mucho menos. Lo malo es el ansia que nos generamos al no poder satisfacerlo.

Y es que en lugar de agradecer a esa persona, en concreto, y a la vida, en general, el privilegio del que hemos disfrutado, preferimos generarnos insatisfacción. Estado que nos lleva, incluso, a rebajar nuestra dignidad lo que haga falta con tal de satisfacer ese deseo que, por supuesto, ya lo hemos convertido en una creación mental. Ha pasado de ser un deseo sentido de forma positiva por nuestro cuerpo a un deseo mental que nos provoca malestar. Es nuestra mente, pues, la que hace que el deseo se incremente con la consiguiente insatisfacción. Y lo hace creando imágenes, representaciones, ideas, situaciones, etc.

Y es que ocurre algo, la cita, y cuando ha terminado, la mente nos desconecta de ese hecho. A partir de entonces, el diálogo mental (la imaginación) cobra importancia en detrimento del hecho en sí, de la cita (la realidad).

¿Por qué nos apegamos a lo imaginario y nos olvidamos de lo real?

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