Filosofía para niños y adolescentes

¿Cómo fortalecer la identidad del niño y potenciar su autoestima?

El asesor filosófico y coach familiar, José Carlos Arroyo, nos da algunas pautas a través de un entrañable relato.
http://www.mibebeyyo.com/ninos/salud-bienestar/psicologia-infantil/identidad-autoestima-hijos
​David es un niño de cinco años de edad. No tiene hermanos. No está diagnosticado como TDA-H, aunque presenta varios síntomas que le hacen pensar a su madre que quizá sí lo sea. Es muy despistado, se accidenta en demasía, pierde muchas de sus cosas, nunca ha dormido bien, no duerme más de nueve o diez horas diarias y no se ha echado nunca la siesta, por ejemplo. Nada que parezca muy serio.Sin embargo, cuando Nuria, su madre, me explicó el día a día de David, enseguida percibí en él una baja autoestima, inseguridad, celos, rebeldía, agresividad, así como el famoso trastorno negativista desafiante, que no es otra cosa que desafiar constantemente a la madre cada vez que ésta le manda hacer algo. No sólo se niega, sino que incluso la «chulea». Se va a su habitación dando portazos, pega patadas a la mesa, tira cosas, o se pega a sí mismo, por ejemplo. Sólo tiene cinco años y la madre no sabe qué más hacer.En su corto período de vida, David ha visto cómo sus padres se separaban cuando él tenía tres años. Y, como él, muchos niños, más de los que nos pensamos. La madre se encarga de la educación y crianza del niño en exclusiva. El padre vive en otra ciudad y lo ve muy poco. Nuria insiste en que ha de verlo más, pero él ha decido estar presente en la vida de su hijo cuando le apetece. Eso ha provocado que sea la madre la única que trabaje la afectividad del niño.

Cuando David se va con su padre, lo hace creando muchos problemas. El padre se desespera y ese momento entre padre e hijo no es bueno para ninguno. ¿Qué ocurre con esto? Pues que David se desconecta de su propia identidad porque su madre le «obliga» a ir con su padre. Para el niño, es la madre la que quiere que vaya con el padre. Él no quiere ir, prefiere quedarse con su madre, pero ha de ir. Por tanto, se ve obligado a hacer algo que no desea, algo que no quiere que forme parte de su vida.

De manera que el niño desafía al padre hasta que éste se desespera llevándole de nuevo con la madre o llamándola por teléfono enseguida para ver qué hace. El padre ha optado por ver menos a su hijo y a éste le da absolutamente igual. Se lo lleva a dormir a su casa una noche al mes, como mucho, y habla por teléfono con el niño una vez cada dos semanas, más o menos.

Aspectos que afectan al niño
Se dan varios aspectos que atacan directamente la afectividad del niño. En primer lugar, el niño querría que los padres vivieran juntos y que fueran felices. Como esto no puede ser, el niño ve que no se le da todo el cariño y el amor que necesita. En palabras de la madre, sólo se lo da ella, porque el padre es poco cariñoso. Lo basa en que cuando se separan, se van a vivir a ciudades diferentes, a unos cien kilómetros de distancia. El hijo se desconecta más aún del padre y, por tanto, es la madre la que pasa a cubrir todas las necesidades de educación, de crianza y afectivas de David.

Además, cada vez que se va con su padre, la madre le dice que se lo pasará bien, que su papá le quiere mucho, que será feliz, etcétera. Pero esto no ocurre, con lo que el niño comienza a entender las cosas de una determinada manera: mi mamá me dice esto, pero no me dice la verdad, me engaña. Yo no estoy bien con mi padre y mi mamá me obliga a ser de una determinada manera. Es decir, que la afectividad de David queda seriamente dañada. Le falta el cariño del padre y siente que la madre lo abandona.

Es más, debido al mal comportamiento del niño con el padre, la madre le riñe por esto. Lo que para David significa que mi mamá me obliga a ir con mi padre. Yo no quiero. Protesto porque quiero ser auténtico. A mi mamá no le debe gustar que sea auténtico. Me siento abandonado y mi afectividad se ve dañada.

Cuando David vuelve de pasar un día con su padre, porta en su interior ira acumulada que suelta con la madre. Viene alterado, negativista y desafiante. Este estado dura varios días, con lo que el niño no se comporta de forma adecuada en muchas situaciones cotidianas. Al principio, se aislaba de sus compañeros de clase y jugaba solo. Ha mejorado bastante en este aspecto y ahora ya juega y tiene amigos. Sin embargo, durante estos estados de ánimo, se pelea con ellos descargando su ira.

La reacción de la madre
Cuando esto ocurre, la madre le dice que se ha de comportar bien y ser buen niño. Como no lo consigue, la madre y él discuten bastante a menudo. Ella está muy cansada. A veces, está estresada y a la mínima se altera con David en demasía. De esta manera, la afectividad del niño continúa bajo mínimos, pues es la madre la que la trabaja.

Al niño no se le dice que sea de una determinada manera, se le dice que se ha de comportar bien, que todos lo hacen, que si no se comporta bien no le querrán, no tendrá recompensas, etcétera. Entonces al niño no le queda otra alternativa que desconectarse de su centro esencial. Para él, pasa a ser mucho más importante su existencia que su esencia. Pero resulta que su existencia será buena si se comporta de forma correcta, si se comporta tal y como le dice su madre. Es decir, que las recompensas y, sobre todo, el amor le vendrán del exterior. Por tanto, su afectividad queda a expensas de lo que venga de fuera.

¿Qué pasa cuando a David le falla dicho exterior? Pues que se queda totalmente descolocado, sin nada a lo que agarrarse, abandonado. Su autoestima baja en ese momento de forma considerable y reacciona a las cosas que le van ocurriendo con impulsividad y negatividad.

Para David, él es el culpable de todos sus males y así va construyendo su nueva identidad. Su diálogo interno será algo así: si quiero ser tal y como soy y no lo hago bien, mi mamá se enfada. Si pretendo ser como ella me dice y no lo consigo, también se enfada. Sin embargo, mi mamá me quiere mucho, me lo demuestra cada día. No entiendo nada.

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