Desarrollo personal y profesional

El jardinero ucraniano

Hasta hace poco más de dos semanas generaba vida. Creaba espacios donde predominaba la mezcla de los distintos colores, abundando, sobre todo, el verde. Colocaba flores al lado de flores, plantas al lado de plantas, y árboles que darían sombra y oxígeno a quienes se acercaran a ellos. El olor a naturaleza era mi perfume preferido. Construía jardines y espacios verdes para que las personas pudieran pasear rodeadas de belleza y para relajarse de la agitación profesional. Creaba lugares para que las parejas expresaran su amor y para que los niños pudieran jugar rodeados de naturaleza. Me inventaba espacios para la reflexión y para que la ciudad respirara oxígeno. Todo tenía sentido.

Hoy ya no tengo unas tijeras de podar ni tierra en mis manos, sino pólvora, un fusible de asalto y balas, muchas balas. Me han instruido para matar. Tengo que defenderme porque a alguien del país vecino y sin escrúpulos se le ha antojado que así sea.

Ya no construyo. Creo muerte de la que brotará tristeza y odio. Participo de la destrucción de mis propias creaciones. Hago florecer el odio en mí mismo y lo siembro en los demás. Tengo que mantener vivo lo nuestro a base de matar, de destruir, de acabar con todos aquellos que quieren enterrarnos.

Cada día veo como desaparece lo humano con cada grito descarnado, con cada bala, con cada bomba, con cada sirena… Ya nada tiene sentido: no hay alegría en los parques y jardines, solo muerte y destrucción; el gris predomina frente al verde y el negro frente al marrón; ya no se ven nubes, sino humo; ya no se oye el agua de las fuentes o los gritos de alegría de los niños, sino los silbidos de las balas, que tocan melodías de odio y muerte. Siempre he pensado que una vida sin plantas, sin flores o sin árboles no podía tener sentido. Hoy estoy convencido de ello.

Hace tres horas he cosechado mi última muerte. Miré fijamente al chico ruso y, sin que él me viera, le disparé a la cabeza. Acerté. Cayó desplomado. No podrá volver a su casa. No verá a sus padres o a su pareja, tampoco a sus hijos, si los tenía. Quizá ni su familia entierre el cuerpo.

Ya llevo tres días sin contar mis muertos. Más inhumano no me puedo sentir. ¡Me es imposible explicar con palabras la sensación que tengo cada vez que acabo con la vida de alguien o cada vez que me entero de que algún vecino ha quedado inmóvil en el suelo! ¡Solo levanto la cabeza para apuntar!

Aunque ya nada parezca tener sentido, excepto la muerte, el odio o el rencor; aún florece una semilla verde en mi interior. Semilla que brota en mí el deseo de despertar de este mal sueño y contemplar el final de esta pesadilla para volver a crear esos espacios verdes donde las personas podamos tener un poco de vida y dignidad.

A pesar de que me están intentando robar el amor a la vida, a lo nuevo, a la creatividad y a mi trabajo, no me van a poder quitar la libertad de decidir sobre qué quiero en mi vida. Crear desde la nada era mi motivación, añadir belleza a lo bello mi pasión. Pasear por lo creado mi orgullo. Contemplar en silencio mi trabajo era mi humildad. Volveré a cosechar vida.

Soy Dimitri y mato en Kiev.