Una de las pocas verdades absolutas que sabemos es que todo está en continuo cambio. Las personas, los seres vivos en general, las cosas y las situaciones evolucionan o involucionan. El cambio es, pues, la norma. Mientras que lo real es lo nuevo y tiene que ver con el presente, lo deseado tiene que ver con el futuro, y lo olvidado con el pasado.
Pues bien, todos los alteradores de conciencias apostamos decididamente por vivir en el presente, pues es ahí donde más estamos centrados en nuestro Ser. El presente, como realidad, es a lo único que podemos ser fieles. En cambio, seremos infieles al pasado si lo olvidamos. El futuro, por su parte, él es infiel con nosotros, pues nunca será tal y como hemos pensado o nos han dicho que sería.
¿Quiere esto decir que si vivimos en el presente seremos siempre fieles? ¿Se puede vivir siempre en el presente? ¿Son más infieles los que siempre están pensando en el futuro y orientados hacia él?…
Lo que está claro es que se podría definir a la infidelidad como la inconstancia. Alguien infiel es inconstante, porque no mantiene lo que ha hecho en el pasado, o lo que ha tenido hasta justo antes de cambiarlo, o porque ya no acude a almorzar al bar de siempre, o porque no mantiene su compromiso ético de fidelidad con su pareja desde el día que iniciaron su andadura vital en común, por ejemplo.
Ahora bien, en esta época plena de paradas y ausente de estancias que nos está tocando vivir, ser infiel, ser inconstante, aburrirse o cambiar, por ejemplo es la norma.
¿Y por qué hay tanta inconsistencia, tanto aburrimiento o tanto cambio? Pues porque el futuro, ayudado por la enorme ola positivista que nos está ahogando, nos engaña. Nos dice que conseguiremos lo que nos propongamos. Que si depositamos toda nuestra energía, toda nuestra inteligencia y todo nuestro amor para conseguir lo que perseguimos, lo lograremos. El problema viene cuando ese resultado no aparece. Entonces nos frustramos y queremos cambiar para seguir persiguiendo esos sueños del futuro.
Es decir, que nunca estamos a gusto ni con lo que somos, ni cómo somos, ni con lo que tenemos, ni con lo que hacemos, ni con nada, ni con nadie. Somos unos insatisfechos patológicos y, por tanto, infieles, pues necesitamos cambiar algo para conseguir estar satisfechos.
¿No sería mejor enfocar esa energía, esa inteligencia y ese amor en el proceso y no tanto en el resultado? Es decir, ¿no sería mejor emplear estas tres cosas en el presente y no en el futuro? Si nos centramos en el presente, que repito es lo real, ¿seríamos fieles? Estoy seguro que sí lo seríamos, porque lo más importante en ese preciso momento es lo que estamos siendo.
En el caso de la pareja, por ejemplo, si nos olvidamos del resultado y nos centramos en el proceso, en el presente, en el día a día; esta sería la persona más importante en nuestra vida sentimental en ese preciso momento. Por tanto, no necesitaríamos cambiarla por nada. En ella depositaríamos toda nuestra energía, nuestra inteligencia y nuestro amor.
¿Te parece esto una utopía?