Si le preguntáramos a cada persona qué es lo que querría conseguir en esta vida, dirían que sentirse plenos y felices. Si dijeran otra cosa, seguramente sería un medio para conseguir esa felicidad. Es una herencia del gran Aristóteles.
El caso es que no preparamos a nuestros hijos para Ser, sino para Tener. Y ahí está el error, ya que lo más aconsejable sería prepararlos para ser, puesto que ya se encargará la sociedad y la cultura de prepararlos para tener.
Si yo preparo a mis hijos para Ser, entonces nunca se sentirán frustrados, porque para ellos el resultado no será lo más importante, sino que lo será el proceso. Pero esto parece utópico en esta época donde o hay resultado o estás «muerto». No obstante, no soy ingenuo. Soy coach y sé que sin resultados no podemos vivir, pero no a costa de nuestro interior.
Con todo esto, y debido a que sin resultados no podemos vivir, sería interesante, desde mi punto de vista, que el esfuerzo para conseguir esos resultados estuviese orientado hacia el Ser y no hacia el Tener. Puede parecer filosófico, de hecho lo es y mucho, pero no veo otra forma de salir de la insatisfacción crónica y patológica a la que estamos llevando a nuestros hijos. Da igual hacia el lado al que mires, siempre verás a alguien que está insatisfecho.
Y es que estamos asistiendo a la desespiritualización filosófica del mundo. Ya no importa tener un sentido en nuestra vida, lo que importa es la apariencia. Ya no hacemos, dietas, por ejemplo, para estar más sanos, sino que la hacemos para estar mejor de apariencia. Aquí los dietistas, que cada día se especializan más en coaching, deberían tener muy presente este aspecto en sus clientes si quieren conseguir éxito ético y moral en sus profesiones. No todo vale.
Por suerte, cada día hay más personas que estamos entrando en la era del Ser. Lo hacemos como reacción a toda esta primacía de la apariencia. Estamos tomando conciencia de que o nos orientamos hacia nosotros mismos, hacia nuestro ser, o continuaremos perdidos, sin un sentido claro para nuestras vidas y con un gran vacío existencial en nuestro interior, que nos provoca ansiedad y angustia, en el mejor de los casos.
Por tanto, dime qué nivel de espiritualización filosófica tienes (basada en ti mismo –Ser– y no en otros seres o entes del universo) y te diré cuánto valor aportas a tus hijos, en particular, y al mundo, en general.