No tenemos ninguna duda a la hora de cuidar nuestra salud física. Es cierto que hay quien no lo hace. ¡Allá ellos…! Pero lo que está claro es que hemos de hacerlo, sí o sí, por nuestro propio bien y por el de los que nos rodean.
¿Y la salud mental, la cuidamos? Normalmente no, ya que solemos “automedicarnos”. Hay pocas personas que decidan acudir a algún especialista de la mente para que aprendan a comprender cómo piensan, a que aprendan a identificar qué creencias, prejuicios y valores predeterminan su pensamiento o a entender el porqué de sus diálogos internos, por ejemplo.
Hay quien invierte 600 € al año, o más, en una mutua para su cuidado físico y hay quien invierte esa misma cantidad una vez en la vida para saber pensar mejor, para entender y ordenar sus pensamientos, para aprender a solucionar todos los problemas con los que se encuentre o para identificar qué depende de uno mismo y qué no.
Si estamos convencidos que es muy saludable saber qué provoca un problema físico, ¿por qué no lo estamos a la hora de saber qué provoca un problema mental? Porque en nuestra cultura, acudir a un especialista de la mente es sinónimo de que no estamos bien “de la cabeza”, de que tenemos problemas mentales, de que necesitamos ayuda porque estamos deprimidos, locos o yo qué sé… Lo hemos convertido en algo extremo y radical. Es la cultura que hemos creado y que continuamos manteniendo. Llegamos, incluso, a confundir un problema mental con un problema del cerebro, que es cuando el “Prozac” adquiere su máxima expresión.
Sin embargo, la mente es parte fundamental de nuestras vidas. Quizá no más que cualquiera de nuestros órganos, pero tampoco menos. Una mente no cuidada puede traernos infinidad de problemas a nuestro cuerpo, en particular, y a nuestra vida, en general. Nada que no sepamos.
Si creemos que es así, ¿no sería recomendable solicitar apoyo para que podamos ampliar la comprensión que tenemos de nuestra vida? ¿Acaso no sería saludable comprender nuestra mente para no tener una vida sin sentido?
Otra cosa es que no nos atrevamos a hacerlo, que no seamos valientes para identificar qué patrones de comportamiento o hábitos nos están haciendo la vida más difícil. O atrevernos a clarificar cuáles son las creencias con las que operamos y que limitan mucho nuestra felicidad. O a que entendamos cómo interpretamos nuestra vida y la de los que nos rodean. O simplemente, a responsabilizarnos de nuestras propias vidas.
¿Por qué huimos de nosotros mismos? Quizá porque la mejor forma de huir es justificar nuestro poco cuidado mental diciendo que eso de la salud mental es para los que están mal y ya no saben qué hacer con su vida.
En fin, nos toca decidir si hemos de continuar ignorando el cuidado de nuestra mente o si, en cambio, tomamos conciencia sentida sobre la importancia fundamental que tiene para nuestra vida en general el hecho de entender, cuidar y potenciar nuestra salud mental.
¿De verdad creemos que el cuidado de nuestra salud mental es algo que haya que ignorar, esconder o algo de lo que avergonzarse?