Desarrollo personal y profesional

Tomémonos el duelo con filosofía

Entramos en duelo por una pérdida: muerte de un ser querido, separación, pérdida de trabajo, estafa, piso… Hasta pérdida de ilusiones y de expectativas. Pérdida de todo. Y salimos de él cuando aceptamos de forma decisiva tal pérdida. Todos hemos pasado por algún duelo en nuestras vidas y muy probablemente por alguno importante.

El término “duelo” se refiere a lucha y a dolor emocional o sufrimiento. Nos batimos en duelo contra nosotros mismos creándonos ese sufrimiento. Psiquiatras, psicólogos y terapeutas especializados nos dicen que el duelo es una adaptación emocional a una pérdida y que se muestra tanto en nuestro cuerpo como en nuestra mente. Por eso, ellos trabajan siempre a posteriori, porque un duelo mal llevado puede acabar en depresión o, incluso, en suicidio.

¿Sería una buena opción  pensar que este cáncer del alma tiene mejor solución si lo prevenimos cada día? ¿Lo podríamos, pues, trabajar a priori? Sí, pero necesitaríamos una pastilla filosófica. ¿La tomamos?

¿Qué nos diría un asesor filosófico, que es un filósofo práctico y no académico? Pues que el sufrimiento es una creación mental nuestra y que, por tanto, podemos impedir en gran medida que este sufrimiento sea severo. El sufrimiento aparece porque no somos capaces de aceptar la realidad tal y como es, interpretando negativamente cómo será nuestra vida al sufrir la pérdida.

Pues bien, para evitar gran parte de ese sufrimiento deberíamos de vivir de acuerdo a nuestra identidad, ya que de esta forma sabremos aceptar la realidad mucho antes y comprenderemos que la interpretación es una creación nuestra. Está muy bien sentir pena y, mejor aún, no resistirse ante el sentimiento de tristeza que provoca. Esa es nuestra autenticidad. Son sentimientos nuestros y, por tanto, provienen de nuestro ser. Resistirse a ellos o no aceptarlos es huir de nosotros mismos, de nuestra identidad. Así no dejaríamos de sufrir.

¡Nos toca pensar!

¿Vivir de acuerdo a nuestra propia identidad haría que las cinco fases del duelo: negación, enfado, negociación, dolor emocional, y aceptación fueran más llevaderas? ¿Este a priori facilitaría el a posteriori?

La cuarta fase, la más dura, la del dolor emocional y quizá depresión, surge por un vacío existencial. Digamos que tocamos fondo. ¿No sería mejor trabajar filosóficamente nuestro interior a priori que no tomar pastillas químicas a posteriori?

En poco tiempo, pasaríamos de la primera fase a la última. Aceptaríamos la pérdida antes. No negaríamos la realidad ni nos enfadaríamos con nosotros mismos. Tampoco tendríamos que negociar nada, pues la realidad es la que es y no nos pertenece. Recordemos que ha ocurrido una pérdida y nosotros somos los que a partir de ella interpretamos nuestra vida sin esa persona, sin ese trabajo, sin ese futuro…

El daño emocional aparecerá. Es imposible que no lo haga si amamos lo perdido, pero será menos intenso si lo entendemos como una creación de nuestro Ser, pues al comprender que es nuestro lo viviremos con más naturalidad y, por tanto, irá desapareciendo de forma más rápida. Simplemente, aceptaríamos la realidad porque estaríamos serenos. Habríamos trabajado nuestra inteligencia emocional y supeditaríamos nuestras emociones y acciones negativas a nuestros valores.

Ahora bien, seguiremos sufriendo en la medida en que interpretemos esa realidad de forma negativa, porque no la aceptamos tal y como es. Decía Epícteto, ya sé que me repito pero es que a veces la vida es muy “fácil”, que no nos perturba la realidad, sino las opiniones que tenemos acerca de ella. También nos dice que sufrimos porque centramos nuestros esfuerzos en lo que no depende de nosotros mismos. ¿Y qué es lo que sí depende? Pues nuestro propio interior. Depende nuestro Ser y no nuestro Tener. Depende aceptar la realidad, pues esta no puede cambiar y no nos pertenece.

No sufrir no quiere decir que no amemos a esa persona o a ese trabajo y que no sintamos profundamente su pérdida. Es muy bueno sentir y expresar esos sentimientos, pero sin que estos determinen nuestra vida hasta el punto de deprimirnos.

En definitiva, nuestro interior es nuestro. Por tanto, ¿en manos de quién estaría nuestro duelo?

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