Todos sabemos que vivir es interpretar. Sin interpretar las cosas que nos pasan, que leemos, que vemos, oímos, o tocamos, por ejemplo, sería imposible vivir. También sabemos que dependiendo de la interpretación que hagamos de esas cosas así será la calidad de nuestra vida. Es decir, no podemos vivir sin interpretar. Algunos se lo toman un poco a la ligera y no se ocupan de pensar ni en la calidad de sus interpretaciones, ni en cómo mejorarlas. Ellos sabrán…
Pero no solo interpretamos los acontecimientos que vienen del exterior, sino que hacemos lo propio con nuestro mundo interior. Aquí también hay quien no se ocupa o ni siquiera se preocupa. No deja de ser triste y curioso que sea así, pero lo es. Es decir, que, en el mejor de los casos, interpretamos nuestro “ser” y nuestro “estar” en el mundo. Otra cosa es que lo hagamos bien y sin malos entendidos.
Sin embargo, la cosa no acaba aquí, porque en esta época nos bombardean constantemente con estímulos visuales. Incluso, solemos escuchar infinidad de veces que una imagen dice más que mil palabras. Y, como explica Emilio Lledó, una imagen impresiona, endulza nuestra vida o la desgarra, pero no dice. Para que una imagen nos diga algo, hemos de recurrir, sí o sí, a las palabras que conocemos.
Por ejemplo, hace poco hemos visto por todas partes la imagen de un niño muerto en la playa que nos ha desgarrado. Aislada de nuestras palabras o de las del periodista, esa imagen sería algo imaginario. Si es real es gracias al lenguaje. Conviene recordar que las palabras “imagen” e “imaginario” están muy relacionadas.
Por tanto, le damos mucha más importancia a la imagen que a la propia forma de interpretar y luego aparecen los errores interpretativos, los cuales pueden acarrear serios problemas.
Haz la prueba ahora mismo con cualquier imagen que veas y comprobarás rápidamente que si quieres interpretarla necesitarás palabras. De hecho, el lenguaje, las palabras, ya existen antes de que nazcamos. Es más, existen en nuestra mente antes de que percibamos cualquier imagen. De lo contrario, no la podríamos interpretar. Prueba ahora a interpretar una imagen con palabras que no sepas su significado, ya verás como no podrás hacerlo. Por tanto, una imagen no puede valer más que mil palabras, ya que una imagen sin palabras no tiene ningún valor.
Pero es que además, al darle tanto valor a la imagen, incluida a la de las personas, quizá no nos demos cuenta de que imagen y estereotipo también están muy relacionados. ¿O acaso las apariencias no pueden engañar?
Sobre estereotipo tendría que escribir otro artículo, pues ya no me queda más espacio en este, pero lo quiero mencionar antes de terminar porque sabemos que los estereotipos, que suelen estar cargados de prejuicios, nos pueden hacer mucho daño cuando nos los aplican los demás. Y cuando esto ocurre, podemos perder credibilidad. Y sin esta, nos será muy difícil conseguir nuestros objetivos y nuestros retos en esta vida loca de imágenes.